LA FUERZA DEL NO
(Por Luis Hernández Navarro)
Millones de personas se han pronunciado en todo el mundo contra la invasión a Irak. Este movimiento ha dado pie al surgimiento de una identidad moral de la que participan desde el Papa, los jóvenes punk, los patriotas estadounidenses, los árabes, los intelectuales europeos y latinoamericanos, etc. Todos contra la inmoral de la guerra imperialista.
A escasos meses de su aparición, el nuevo movimiento contra la guerra se ha convertido en uno de los fenómenos más relevantes de la vida política moderna.
La energía social que ha sumado y generado es inusitada. Su composición es multicultural, transgeneracional, metaideológica y policlasista. Participan allí clérigos, artistas, obreros, campesinos, veteranos de otras guerras, intelectuales, ambientalistas, empresarios, insumisos, políticos, profesionales, anarquistas, patriotas, internacionalistas, antiglobalizadores, desobedientes y una variedad de ismos e istas inimaginable.
Más que propuesta de transformación social integral, portador de nuevos valores y de una forma distinta de ver el mundo, el actual movimiento por la paz es, por el momento, la suma de campañas y plataformas distintas, pero convergentes. Sus integrantes son, en palabras de Richard Rorty, gentes poseídas por muchas almas. Aunque ha comenzado a revivir viejas manifestaciones culturales, como campaña es finita y tiene un objetivo limitado: impedir la guerra.
Este arcoiris de actores sociales se ha unido no en torno de una ideología, sino de una negación: el no a la guerra. El no a la guerra unifica al patriota que se envuelve en la bandera estadounidense con el antiimperialista que le prende fuego; al anarquista del Black Block con el social demócrata o el religioso de Sojourners, que cree que lo que la comunidad internacional debe hacer es obligar a Hussein a abandonar el poder, pero se opone a que se haga por medio de la violencia; al europeo que rechaza el unilateralismo de Bush con el musulmán que ve en Estados Unidos el mal; al que tiene consideraciones éticas con el que alberga intereses partidarios.
El nuevo movimiento por la paz se expresa en forma festiva, teatral, en ocasiones eufórica. Si la desesperanza llegó a ser una moda con muchos adeptos, la protesta ha colocado a la esperanza en el terreno de las expectativas razonables. Ha logrado abatir el cansancio o la desidia ante la indignación y mostrado que ésta vale sentirse cuando sirve para algo.
El Enemigo
¿Contra quién lucha el nuevo movimiento por la paz? Obviamente, todos sus participantes parecen estar de acuerdo en que el enemigo es la guerra y quien la impulsa. Pero más allá de este punto parece no haber más convergencias. El movimiento dista de tener una visión unificada del adversario al que se enfrenta, o una explicación monocausal del origen del conflicto.
Muchos de quienes se oponen hoy a la invsión de Irak no dudaron en apoyar la primera guerra del Golfo ni otras incursiones militares. En aquel entonces justificaron la ofensiva guerrera sin grandes diferencias entre sí y criticaron acremente a quienes la rechazaron, considerándolos en el mejor de los casos ingenuos y, en el peor pro dictatoriales. En su mayoría no objetan ahora cierto tipo de intervención para derrocar a Hussein en el nombre de los derechos humanos y la democracia. El ministro protestante estadounidense Jim Wallis, fundador del movimiento Sojourners, lo dice sin ambages: “George Bush afirma que quiere un cambio de régimen y el desarme de Irak. Yo quiero esas mismas dos cosas, pero no quiero bombardear a los niños de Bagdad.”
Más allá de consideraciones humanitarias, hay quienes rechazan esta guerra porque ven en ella el riesgo de consolidación del unilateralismo estadounidense y la desestabilización del orden internacional, anulando la viabilidad de una Europa unificada, no en lo militar o lo político, pero sí en lo económico. En el viejo mundo hay quienes consideran que la ofensiva militar es el inicio del derrumbe de los ventajosos negocios que tienen en Irak, florecidos con el estrangulamiento económico decretado por Naciones Unidas.
Dentro de Estados Unidos una muy importante corriente que reivindica su objeción a la guerra como parte de su orgullo nacional. Convencidos de que fuera del mundo académico los estadounidenses siguen siendo patrióticos han decidido disputar para la paz el sentimiento patriótico y el uso de la bandera. Rechazan a quienes, en las actuales circunstancias, les resulta imposible sentir orgullo nacional porque asocian el patrioterismo con un respaldo a las atrocidades de su gobierno. Esta movilización es para ellos un instrumento para forjar una identidad moral que no puede renunciar a la reivindicación nacionalista.
En esta tendencia se inscribe una parte muy importante de los integrantes de la coalición Win Without War (Ganar Sin Guerra), que presentó una iniciativa firmada por más de un millón de personas al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas a favor de una solución diplomática.
En la dirección inversa, no pocos sectores provenientes de movimientos de solidaridad o fuerzas más radicales con larga tradición antimilitarista cuestionan firmemente el patriotismo. En ellas se inscriben los grupos de afinidad anarquista que integran el Black Block, surgidos durante las protestas contra la primera guerra del Golfo, que adquirieron notoriedad pública en las protestas contra la Organización Mundial del Comercio (OMC) de Seattle, en noviembre de 1999. Siguiendo a León Tolstoi, sostienen que el “patriotismo es la esclavitud”.
Otras fuerzas han decidido vincular la lucha por la paz al combate por los derechos económicos y sociales. Sostienen que dentro de Estados Unidos hay una inadmisible agresión a los derechos civiles que camina de la mano de la ofensiva militar. Ejemplos son la Ley Patriótica y el Departamento de Seguridad Interna (Homeland Security), ambos nacidos en el ambiente de la guerra, representan nuevas amenazas a las libertades civiles de la población, sobre todo de los inmigrantes. Con una gan crisis fiscal en puerta, 2 millones de desempleados desde que George W. Bush llegó al poder y al borde de una recesión económica, consideran que ésta, es una guerra para los ricos .
Dentro de una parte muy importante del mundo islámico el movimiento contra la guerra tiene una lectura en clava religiosa que surge desde la primera guerra del Golfo. El uso de bases militares instaladas en tierra santa para atacar a un país preponderantemente musulmán fue un punto de ruptura entre el fundamentalismo islámico y Washington, fuerzas que hasta ese entonces habían colaborado estrechamente en la lucha en contra de la Unión Soviética. En varias de las protestas contra la guerra efectuadas en esos países distintas fuerzas han llamado a organizar una jihad –guerra santa- contra Estados Unidos.
Por supuesto, dentro del movimiento han cobrado vida las posiciones antimperialistas clásicas, que habían comenzado a salir del pasmo en el que se encontraban después de la caída del Muro de Berlín con el movimiento contra la globalización neoliberal. Al repudiar la guerra, la vieja militancia ha recuperado un espacio en la arena pública para sus antiguas concepciones doctrinarias, ha revalorado el papel de la denuncia, salido del aislamiento, logrado ser parte de una gran causa contra un enemigo común principal, y tratado de conducir una gran alianza social.
La Vergüenza
Es incierto si la sociedad civil movilizada será capáz de frenar la guerra, pero si algo así es posible la única fuerza capáz de hacerlo es ella. Si, como ha reivindicado el foro de Porto Alegre, otro mundo es posible, la única forma de lograrlo es luchando contra la guerra. De no lograrlo, cuando menos obligará a pagar un elevado costo político a quienes la emprendan. Lejos de agotarse, su capacidad de convocatoria va en aumento. Su protagonismo es cada vez mayor.
Las elites políticas de todos los signos han sido desafiadas por la emergencia de un nuevo actor. En muchos países el movimiento expresa el sentir del grueso de la población. Y aunque en Estados Unidos no ha logrado aún convertirse en mayoría, se comporta como si lo fuera.
El 15 de febrero en Roma, Italia, Heidi Giuliani, la madre de Carlo, el joven asesinado por los carabineros durante las protestas contra el G-8 en Génova en julio de 2001, leyó, ante millones de manifestantes, un comunicado del subcomandante Marcos. El jefe rebelde decía allí: “Pero la pregunta no es si podremos cambiar el rumbo asesino del poderoso. No. La pregunta que nos deberíamos hacer es: ¿podremos vivir con la vergüenza de no haber hecho todo lo posible para evitar y detener ésta guerra?”
Detenga o no la guerra, limite o no la carnicería, sea cual fuere el destino final del nuevo movimiento por la paz, lo que ciertamente podrá decir en el futuro es que no carga sobre sus hombros la vergüenza de no haber tratado de evitar la barbarie.
Artículo publicado en El Juguete Rabioso, La Paz, marzo 30 de 2003.