Escrito por Kintto Lucas
(Escritor y periodista uruguayo radicado en Ecuador)
Salvador Allende: Cien años mil sueños.Hace algunos años Mario Benedettí decía que “Para matar al hombre de la paz tuvieron que bombardearlo hacerlo llama, porque el hombre de la paz era una fortaleza”. Y agregaba que “Para matar al hombre de la paz tuvieron que imaginar que era una tropa, una armada, una hueste, una brigada, tuvieron que creer que era otro ejercito, pero el hombre de la paz era tan solo un pueblo y tenia en sus manos un fusil y un mandato y eran necesarios mas tanques más rencores más bombas más aviones más oprobios porque el hombre de la paz era una fortaleza”.
Salvador Allende era sin duda como decía Mario Benedetti el hombre de la paz, y era sin duda una fortaleza. Estaba convencido que era posible transformar su país en paz, pero sabía que para eso había que sortear diversos obstáculos, correr riesgos y saltar por encima de diversos peligros.
En agosto de 1971 Allende decía: “Hemos sostenido que no puede haber igualdad cuando unos pocos lo tienen todo y tantos no tienen nada. Pensamos que no puede haber fraternidad cuando la explotación del hombre por el hombre es la característica de un régimen o de un sistema. Porque la libertad abstracta debe dar paso a la libertad concreta. Por eso hemos luchado. Sabemos que es dura la tarea y tenemos conciencia de que cada país tiene su propia realidad, su propia modalidad, su propia historia, su propia idiosincrasia. Y respetamos por cierto las características que dan perfil propio a cada nación del mundo. Pero sabemos también, y a la plenitud de conciencia, que estas naciones emergieron rompiendo el correaje por el esfuerzo solitario de hombres que nacieron en distintas tierras, que tenían banderas diferentes, pero que se unieron bajo la misma bandera ideal, para hacer posible una América independiente y unida”.
Ahora casi 35 años después de aquel intento de matar al hombre de la paz, él sigue ahí con su palabra, con su mirada, con su recuerdo. No pudieron matar al hombre de la paz, porque hay seres que traspasan los muros de la vida y la muerte (más bien se ríen de ellos) y hacen caminar sus palabras por infinitas geografías, y las palabras caminan impregnadas de sueños, y los sueños saben derramarse en la realidad para volver a ser soñados, para ser soñados de mejor forma... Sueños que son mundos, mundos que son sueños, que traspasan la dimensión del tiempo y el olvido, mundos que inventan caminos donde no tropezar, donde caminar sin dolor, mundos-caminos de vida, mundos raíces... Cien años, mil sueños…
También en agosto de 1971 Allende se mostraba convencido que para llevar adelante su sueño de transformación revolucionaria de Chile era necesario actuar sobre la realidad económica del país. “La batalla nuestra es muy dura y muy difícil porque, indiscutiblemente, para elevar las condiciones de vida de nuestro pueblo, necesitamos hacer las grandes transformaciones revolucionarias que hieren intereses foráneos, el capital extranjero, intereses imperialistas, intereses nacionales de los monopolios y de la alta banca”, repetía una y otra vez.
Además aseguraba estar convencido de que no se podría derrotar el retraso, la ignorancia y la miseria, si no se utilizaban los excedentes producidos por la propia economía chilena “para sembrarlos en escuelas, hospitales, caminos y haciendas trabajadas”, como le gustaba decir.
Y siempre daba el ejemplo del cobre chileno, riqueza fundamental del país, pilar de la economía, que representaba el 82% del presupuesto de divisas del país, y daba solamente el 24% del ingreso fiscal.
La inversión inicial de las compañías americanas del cobre a comienzo de la década del 20 fue menor a 13 millones de dólares; y hasta 1971 habían ganado con la explotación del cobre 3.200 millones de dólares.
Por eso Allende interrogaba ¿cómo puede progresar el país si no se cambia ese tipo de relación tan injusta? ¿Cómo un pueblo que tiene las más grandes reservas de cobre del mundo y la más grande mina del mundo no puede controlar ni los precios, ni los niveles de producción, ni los mercados? ¿Cómo es posible, que ese que yo he llamado con razón el sueldo de Chile, sea manejado por manos que no son chilenas?
Allende recurría seguido a una frase de Abraham Licoln cuando dijo refiriéndose a Estados Unidos: "Esta nación es mitad esclava y mitad libre".
Decía que esa frase, podía aplicarse a nuestros pueblos aparentemente libres pero esclavos.
Entonces, como no podía ser de otra manera, el 11 de julio de 1971, considerado como el Día de la Dignidad Nacional, se promulgó la Ley de Nacionalización del cobre, aprobada por unanimidad del Congreso.
Pero Allende también decía que la victoria del proyecto que él representaba no se podría lograr solamente con la unidad de la izquierda en la Unidad Popular, aunque ese fuera un paso fundamental. La victoria del proyecto revolucionario dependía en gran parte de la conciencia del pueblo.
Entonces decía: “con modestia en la dimensión de la realidad, y sabiendo que en el mundo contemporáneo, más que el hombre, son los pueblos los que deben ser y son los actores fundamentales de la historia, busqué la posibilidad de hacer que este pueblo, el de Chile, tomara conciencia de su propia fuerza y supiera encontrar su propio camino”. Y luego agregaba: “Nuestro combate y nuestra decisión tenían que ser no un cambio político, no el traspaso del gobierno de un hombre a otro, sino la entrega de un régimen a un pueblo que quiere la transformación profunda en lo económico, en lo político y en lo social”.
Allende siempre sostuvo que era difícil ganar en las elecciones, que era más difícil asumir el gobierno, que aún era más difícil construir el socialismo, pero era necesario caminar. Por eso decía: “Herir intereses es duro, y que esos intereses se defienden, lo sabemos y ya lo estamos viendo. Pero, ¿hasta dónde los pueblos de este Continente van a aceptar que seamos manejados por control remoto? ¿Hasta cuándo no vamos a ver nosotros que tenemos derecho a trazar nuestro propio camino, a recorrer nuestro propio sendero, a tomar las banderas libertarias de los próceres de este Continente para convertirlas en realidad, porque esa es la tarea que nos entregaron”, enfatizaba.
Siempre expresó que la tarea del cambio revolucionario era tan monumental que no la podía hacer un hombre o un grupo de partidos, sino un pueblo organizado, disciplinado, consciente, responsable de su gran tarea histórica. Pero respetaba la realidad de cada país. Por eso decía: “Siempre sostuve que cada país, de acuerdo con su propia realidad, debía buscar el camino. En Chile decidimos caminar dentro de las leyes de la democracia burguesa, comprometidos a respetarlas, pero al mismo tiempo a transformarlas, para hacer posible que el hombre de Chile tenga una existencia distinta y que Chile sea auténticamente una Patria para todos los chilenos. Hemos planteado una revolución auténticamente chilena, hecha por chilenos, para Chile”.
En 1938 un Frente Popular asumió la conducción de Chile y fue duramente combatido por los sectores de poder hasta que cierto día los militares intentaron dar un golpe de estado. Entonces fue el pueblo el que rodeó los cuarteles. Fue el pueblo sin armas el que los obligó a rendirse, sin que los soldados dispararan un solo tiro frente a una multitud dispuesta a defender ese gobierno.
Seguramente El hombre de la Paz pensaba que podría ocurrir una situación similar con su gobierno.
Enfatizaba en su obligación de mirar con ojos abiertos lo que podía ocurrir en el futuro, para ser capaces de encontrar los cauces que permitan a las grandes masas continuar un camino que no sea el de la violencia innecesaria y del costo del capital elevado. Y comentaba: “Yo no soy una represa, pero sí soy el cauce para que el pueblo pueda caminar con la seguridad de que sus derechos serán respetados. No pueden detenerse las avalanchas de la historia. No pueden las leyes represivas calmar el hambre de los pueblos”.
También decía que transitoriamente podrían aplazarse los cambios algunos años; pero tarde o temprano se rompen los diques y la marea humana inunda, pero esta vez con violencia porque también su hambre y sufrimiento son más que milenarios en algunas partes, y centenarios, por lo menos en nuestro Continente.
El día que intentaron matar al hombre de la paz sin conseguirlo, hace ya casi 35 años dijo: “El proceso social no va a desaparecer porque desaparece un dirigente. Podrá demorarse, podrá prolongarse, pero a la postre no podrá detenerse. Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción crearon el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”.
Hoy, cuando cumple 100 años el Hombre de la Paz, ya no existe ninguna duda de que no pudieron asesinarlo... No pudieron expulsarlo del mundo, ni destruir sus sueños, ni hacerlo olvidar el color del cobre y de quienes trabajan en las minas de cobre, y mucho menos olvidar el sonido y la luz de las palabras de su pueblo… porque ya es algo así como una raíz de la América…
26 de junio de 2008