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Yo no tenía mucho para contribuir al visitar el campamento de los Sin Tierra en el Pontal de Paranapema. Fui a ayudar a armar, en las márgenes de la ruta, las carpas de lona negra, apelando en la memoria, a las pocas nociones que me restan de mis tiempos de campista. Pedro era mi compañero en esa tarea y aquella barraca estaba destinada a su familia.

Le habían dicho que soy escritor. Sus ojos negros brillaban y en el rostro chupado despuntaban los primeros hilos de barba. Los hombros estaban levemente curvados. Las piernas altas y finas, exhibidas bajo la bermuda de trapos viejos, le daban una agilidad que no se trasladaba a la expresión de su cara.

- ¿Te gusta leer y escribir? - preguntó mientras, ágil en el movimiento del facón, arrancaba la mata a la vera de la calle.
- Sí, me gusta -respondí sin sacar mis ojos del terreno que yo limpiaba con una guadaña.
- ¿Y qué ganas con eso? -dijo al levantar un tronco y pasar el dorso de su mano por la frente sudada.
Paré de carpir y lo encaré:
- ¿Por qué tu nombre es Pedro? Él me miró confundido.
- Es que mis padres encontraban que yo tenía cara de Pedro. Un día pregunté a mi abuela por qué mi nombre era Pedro. Ella dijo que es por causa del santo.
Me sonreí y continué haciendo mi servicio. Mis manos ardían.
- ¿Tienes idea de cuánto tiempo hace que vivió ese santo? indagué, - Sí, hace un montón de tiempo -respondió, mientras enterraba la azada en la tierra, en busca de la raíz de un grupo de hierbas llena de espinas.
- ¡Dos mil años! Te llamas Pedro a causa de un hombre que convivió con Jesús ¡hace veinte siglos! ¿Cómo es que tu abuela y sus padres supieron de la existencia de él? Pedro apartó un gallo que tenía a sus pies y, en un gesto mecánico, lo tiró hacia la mata.
- Habrán estado leyendo la Biblia.
- Es eso, Pedro, ellos leyeron en la Biblia u oyeron a alguien que leyó hablar de San Pedro. Si ninguno hubiese leído la Biblia, ninguno sabría que Pedro fue uno de los doce apóstoles de Jesús y, más tarde, el primer papa de la Iglesia. Él me miró de costado y se acomodó para recoger las esteras que estaban apiladas. Las trajo hacia el pequeño cuadrado que habíamos limpiado. Ayudé a colocarlas lado a lado, de modo que ningún pedazo de suelo pudiese ser visto por debajo de ella. En seguida pasé la escoba, tirando el polvo que había quedado encima. Mi camisa estaba empapada de sudor. Pedro fue a buscar el balde con agua y un trapo de piso, para terminar de limpiarlas. Con un pedazo de carbón escribió en la punta de una estera: "Pedro”.
- ¿Pero por qué te gusta leer? -preguntó al empuñar el facón. - Porque los libros contienen casi todo lo que la gente precisa saber: la explicación de la Biblia, recetas de cocina, cómo arar la tierra, el origen de las frutas, cómo armar una barraca sin palos y hojas. Por los libros la gente aprende a hablar otros idiomas, unir cables para el sonido, combatir hormigas, conocer la historia del Brasil, operar una computadora. Cuando leo, viajo por el mundo sin salir del lugar.
- ¿Cómo es eso? -preguntó Pedro, trazando en la tierra un surco con la punta del cuchillo, haciendo un círculo alrededor de las esteras. Me alcanzó la pala y tomó la azada.
- A medida que el ser humano va descubriendo las cosas, las escribe para no olvidar -dije, mirándolo cavar una pequeña canaleta en torno del lugar en que sería armada la barraca, para contener el agua de la lluvia. Si no sabe escribir, se lo cuenta a quien sí sabe. Así, la memoria del mundo no se pierde. Hay libros sobre la cría de conejos y otros que cuentan la lucha de los campesinos brasileños. Hasta el origen de tu nombre está en los libros. Pedro significa "piedra".
El me miró curioso, mientras yo recogía la tierra revuelta por la azada para, más tarde, enterrar la barra de la lona; luego, su semblante adquirió una sombra de desánimo.
- Nunca leí un libro. Mejor dicho, un día tomé uno, hablaba de sindicalismo. Comencé a leer, pero cuando llegaba a la página siguiente, mi cabeza ya se había olvidado lo que estaba escrito antes. Me cansé. Creo que el libro no entra en mi cabeza.
- Eh, Pedro, déjate de bobadas. ¿Tú sabes arar la tierra? Se animó e hinchó el pecho.
- Claro, no ve ahí: soy capaz de dejarla bien blandita para que reciba la semilla. La tierra es como la mujer, cuanto más cariñoso se es con ella, mejor -dijo con una sonrisa tímida.
- Pedro, leer es la misma cosa. Cuanto más lee una persona, más aprende a leer. Lo importante es no tener miedo al libro. Ni querer guardar en la cabeza cada frase que leyó.
Me apoyé en el mango de la pala y le apunté a un cartel de propaganda colocado en la vera de la ruta.
- ¿Ves aquel cartel? - Sí.
- Ahora cierra los ojos. Pedro apretó sus párpados con fuerza. - Contéstame, ¿qué viste en el cartel?
- Un auto nuevo. - ¿De qué marca?
- ¿Marca? No sé. Creo que es importado.
- ¿Las puertas están cerradas o abiertas?
- No me fijé.
- Puedes abrir los ojos. Ves, Pedro, leer es así: la gente no precisa guardar todos los detalles, pero recibe la información de que allí hay un auto, una historia, una explicación de cómo cultivar verduras en vasos de dulce o por qué en el Brasil hay tanta miseria.
Pedro bajó su cabeza, casi bajándola hasta el pecho.
- Es que el libro tiene palabras que no entiendo -dijo al apilar las varas preparadas para armar la "estructura del techo".
- Ni yo, Pedro -le dije al tomar las cuerdas para amarrar las varas. El levantó la cabeza en mi dirección:
-¿Ni tú?
- Sí, ni yo. La lengua portuguesa tiene cerca de ciento treinta mil palabras. Es más rica que la inglesa, que tiene unas ochenta mil. Nadie es capaz de conocer el significado de todas las palabras.
- ¿Y qué haces cuando encuentras una palabra difícil? -preguntó agachado, atento al pozo que cavaba en el terreno, próximo a la tabla que servía de piso.
- Voy al diccionario, llamado "padre de los burros". El explica qué significa cada palabra. Si no la encuentro en el diccionario, le pregunto a alguien que sepa -respondí al recoger con las manos la tierra que sobraba de los pozos.
- ¿Preguntas?
- Claro, Pedro, nadie sabe todo, por más que lea. Por eso, es equivocado decir que una persona es más culta que otra, enseñaba Paulo Freire. Lo que hay son culturas paralelas, que se complementan en las relaciones que la vida teje entre las personas. Tú, por ejemplo, sabes lo que es zafra, irrigación, arrendatario, ocupación, asentamiento. Tal vez, muchos estudiantes de medicina no consigan explicar el sentido de esas palabras. Pero conocen lo que es etiología, diagnóstico, tomografía y terapia, así como yo sé lo que es liturgia, pastoral, gregoriano y escatología. Cada persona domina las palabras y las artes de su mundo. El mundo del campo es diferente al mundo de la ciudad. Una cocinera sabe cosas que ni me imagino, como preparar una carne asado con salsa de hierro. Creo que para sobrevivir, dependo más de los conocimientos de ella que ella de los míos.
- Sí, lo sé -dice fijando la primera estaca y martillándola- pero le voy a confesar una cosa: mi cabeza es pequeña para tanto libro; comienzo a leer y me quedo muy cansado. Mi memoria es corta, guarda poca información.
- Pedro, si tuvieses que ir a un encuentro del MST en San Pablo, ¿irías a pie o en ómnibus?
- Claro que en ómnibus. A pie demoraría un montón de tiempo.
- Pues leer es la misma cosa. Pretender guardar en la memoria las informaciones de cada página es viajar a pie desde Presidente Prudente a San Pablo. Cuesta mucho. Lo importante es descubrir en el texto lo esencial, o sea, llegar rápidamente a San Pablo. Quédate tranquilo, la memoria guarda lo que interesa.
- Cómo es que haces para leer tanto? -indagó al terminar de enfilar las estacas.
- Te voy a dar un consejo -le dije mientras desenrollaba la cuerda y la amarraba en las estacas- ando siempre con un libro. Siempre. Aunque tenga la certeza de que, en aquel día, no me va a dar para leer una línea. Si te acostumbras a cargar un libro, en el fin de semana te vas a sorprender al constatar que leíste bastante. Es en la fila del ómnibus, en el baño, al esperar a un amigo, o antes de que te venga el sueño.
- Voy a intentar hacer eso. Quien sabe, quizás aprenda comentó al ajustar los nudos del techo.
- Sólo hay un detalle: hay dos tipos de libros. Los de historias inventadas por el autor, llamados libros de ficción, y los ensayos, como aquellos que enseñan a plantar zanahoria o hablan de la historia de Brasil o denuncian las injusticias del gobierno. No se debe leer ficción y ensayo del mismo tema
- Y ¿cómo se hace? -preguntó al darle firmeza a las estacas y los nudos.
- Yo leo ficción de cabo a rabo. Si la historia es buena, como ésta que estoy releyendo -le mostré “Las viñas de la ira” de John Steinbeck- ella atrae al lector del comienzo al fin. Y la gente lee como si asistiese al cine a ver una película. Si a la gente no le gusta la historia o el tema que escribe el autor, entonces deja el libro a un lado.
- Y el ensayo, ¿cómo se hace para leerlo? -preguntó al preparar la lona negra y abrirla en el asfalto.
- Es diferente -resistí a mojar el paño con agua para limpiar la lona- No precisas leer el libro de cabo a rabo. Basta con consultar el índice y verificar los capítulos que más te interesan. Entonces, vas directo a ellos. Por ejemplo: si estoy interesado en la historia de la lucha en el campo en Brasil, consigo algunos libros que tratan de este tema. No voy a leer uno por uno, del inicio al fin. Si mi interés es conocer un período de esa historia durante la dictadura militar, por ejemplo, selecciono en cada libro los capítulos que tratan de aquel período. Y ni paso la vista por los otros capítulos.
- ¿Y cómo hace para guardar en la cabeza tanta información? -dijo al colocar la lona sobre las estacas.
- No la guardo. Tomo un cuaderno y trato de anotar lo que me interesa. Sin copiar todas las palabras de la página. Sólo los puntos más importantes, que anoto con mis propias palabras.
- Pero te voy a decir una cosa -dijo al prender la lona en las estacas. Las tareas de la militancia me ocupan mucho tiempo -se disculpó.
- ¡Eh, Pedro no me vengas con eso! -le retruqué al ayudarlo a extender bien la cobertura de la barraca. José Martí, que leyó una biblioteca y escribió tantos libros que darían para llenar esta barraca, murió con las armas en la mano para liberar a Cuba de la dominación española. Lenin, que lideró la revolución rusa, también leyó y escribió libros y más libros. Militante que no lee, puede caer en el activismo. Movido sólo por la emoción, casi nunca por la razón. Y como no lee, no sabe cómo fueron esas luchas del pasado. Por lo tanto, corre el riesgo de repetir en el presente los errores del pasado, comprometiendo la conquista de un futuro mejor.
- Y ¿cómo se puede leer -dijo él mientras ajustaba el cartón por dentro de la barraca, ampliando el espacio- si la gente tiene que participar de reuniones y de ocupaciones, cuidar el campamento o limpiar el asentamiento?
- Es una cuestión de disciplina -respondí mientras, con una escoba, arreglaba la "puerta" de la barraca. El primer cuidado es aquel que ya expliqué, andar siempre con un libro. Es bueno formar un grupo de estudios aquí en el campamento.
- ¿Cómo es eso? -indagó al desplazar la tierra sobre la barra de la lona, para evitar la infiltración de agua.
- Por ejemplo, ustedes podrían organizar aquí un grupo interesado en conocer mejor la historia de la lucha por la tierra en el Brasil. Entonces, los participantes del grupo irían en busca de libros que traten el tema: investigarían en bibliotecas, procurarían en las librerías, pedirían prestado a los amigos, solicitarían donaciones a quienes tengan recursos y sean solidarios con el MST. Después dividirían los textos entre todos. Cada uno leería un libro o un capítulo. En la reunión del grupo, cada participante contaría lo que leyó y lo que piensa de aquello que leyó. Así, el provecho sería mayor.
- ¿Y si yo me quedo en la postura de no leer? -preguntó al colocar en el barroca los utensilios de su familia: hornalla portátil, dos colchones, dos bolsas de ropa, una estampita de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, una caja con platos de plástico, una radio Zenith a pila, un crucifijo.
- Si te quedas en esa, Pedro, lo poco de lectura que aprendiste en la escuela lo vas a ir perdiendo, como el agua en un balde pinchado. Y tu cabeza va siendo formada por la televisión, por las noticias de la radio, por los diarios, sin que tengas conocimiento de que los hechos tienen, por lo menos, dos versiones, la de los grandes y la de los pequeños. Tú sabes que un sin tierra y un latifundista no cuentan de la misma manera cómo ocurrió una ocupación.
- Sé de eso. Para nosotros, una ocupación bien hecha es cosa de dar gracias a Dios. Para el hacendado es obra del diablo.
- Por eso es importante tener opinión propia, argumentos. Un día, la historia de los sin tierra también estará en los libros. Las generaciones futuras sólo podrán conocerla por los libros o por las películas y otras obras de arte, que en general están basadas en libros. Así como hoy conocemos la historia de la conjuración minera liderada por Tiradentes o de la revolución cubana comandada por Fidel.
- Creo que me convenciste de leer -dice sonriendo, mientras, agotados, observábamos la barraca terminada, satisfechos con nuestro trabajo.
- Y tú me enseñaste cómo se prepara un campamento sin los recursos industrializados del campismo. Muchas gracias -le dije.
- Ahora ya puedes hasta escribir un libro contando cómo se levanta una barraca en la vera de la calle -bromeó.
- Es una buena sugerencia. Y no dejaré de registrar que tuve en ti, a un excelente maestro, pues todo lo que está en los libros viene de la materia prima de la vida. El saber y el vivir andan siempre de la mano. Si lo primero tiene la cabeza, lo segundo tiene los pies en el suelo.



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